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En ese instante, el presidente de México, Plutarco Elías Calles, estaba en medio del piso de madera del enorme Salón de Embajadores del Palacio Nacional, en el centro mismo de México.

Estaba acompañado sólo por cinco personas: un hombre gordo y mafioso con anillos de oro llamado Luis N. Morones (secretario de Industria y Comercio y creador de la nueva red de sindicatos CROM); un corpulento gatillero llamado Gonzalo N. Santos, “El Nenote de la Muerte”, que tenía la cabeza esférica y enormes ojos de nene sonriente, además de una pistola con funda bordada en oro en el cinto (era el diputado por San Luis Potosí);

 el gobernador del Estado de México, Carlos Riva Palacio -un monumental rinoceronte de bigotes retorcidos-; el director General de Policía, que era el criminal torturador Roberto Cruz; y el secretario de Guerra, un diminuto hombre moreno de anteojos redondos que vestía un traje militar lleno de bolsillos, llamado Joaquín Amaro.

Tenía en sus manos un telegrama que le acababa de enviar el gobernador de Nueva York, Al Smith, y que decía lo siguiente:

“Apreciable Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, Plutarco E. Calles: Por este conducto me permito expresar a usted y a toda la nación mexicana mis condolencias y las de mi esposa por el horroroso e injustificado asesinato del Presidente Electo Álvaro Obregón, que entiendo era amigo personal de usted. Con afecto y respeto, Alfred. E. Smith.”

Plutarco Elías Calles arrugó el telegrama y lo dejó caer al piso, donde lo aplastó con su bota de pico.

-¿Quién va a ser el candidato de los Republicanos? –le preguntó su lacayo y futuro traidor, el general de raza indígena Joaquín Amaro- ¿Nominarán de nuevo al presidente Calvin Coolidge?

Plutarco Elías Calles se comió otra uva y la masticó con la boca abierta.

-No. Coolidge es demasiado falto de carácter. Hasta Morrow ya se aburrió de Coolidge, al que defendía en la escuela. Ahora nombrarán a Herbert Hoover, el actual Secretario de Comercio. Hoover acaba de renunciar como secretario y mañana iniciará su campaña en Palo Alto, California –y volteó a verlos a todos-. Compañeros Revolucionarios: Hoover significa que todo seguirá igual para nosotros –les sonrió. 

Tomó su saco del perchero y se lo puso en la espalda. También tomó el sombrero y se lo colocó.

-Ahora vámonos.

-¿A dónde vamos ahora, mi General? –le preguntó el “Indio” Amaro, que venía, como siempre, con sus lentecitos y con su atuendo verde militar.

-¿Cómo “a dónde”? Si serás tarado –y lo “rostizó” con la mirada-. Vamos a la Inspección de Policía en Revillagigedo, donde tenemos al católico que asesinó al general Obregón,

 

-¿Entonces no fueron los masones? –le preguntó Dido Lopérez. Ella me miró fijamente y me dijo:

-La pistola que llevó José de León Toral esta mañana, modelo Star 35, se la dio Manuel Trejo, y a él se la dio antes otra persona: el general Roberto Cruz.

 

-Dios… ¿Estás diciendo que todo esto es obra del mismísimo presidente Plutarco Elías Calles? ¿Es él quien asesinó al presidente electo por el pueblo de México?

-De eso no tengo duda –me sonrió Apola-. De lo que dudo es de que el presidente Plutarco Elías Calles haya hecho esto sin la plena autorización por parte del gobierno de los Estados Unidos.

1877 - 1945

En la ceremonia fúnebre del finado presidente electo Álvaro Obregón, el aún presidente en funciones de México, Plutarco Elías Calles, miró a los ojos al embajador de los Estados Unidos, Dwight W. Morrow, quien lo observó sin parpadear.

Plutarco Elías Calles le sonrió moderadamente y, sin dejar de mirarlo, se llevó todos los micrófonos a la boca. Gritó sin quitarle la vista a Morrow:

-¡La desaparición del presidente electo ha sido una pérdida irreparable que deja al país en una situación particularmente difícil, no por la total carencia de hombres capaces o bien preparados, que afortunadamente los hay –y miró a su alrededor-, pero sí de personalidades de indiscutible relieve, con el suficiente arraigo en la opinión pública y con la fuerza personal y política bastante para merecer por su solo nombre y su prestigio la confianza general!

Hizo una pausa y los observó a todos. El silencio era total y había miles de cabezas en la inmensa explanada del corazón de México. Morrow aún no parpadeaba. Simplemente alzó el mentón. Plutarco Elías Calles aspiró profundamente, con los ojos cerrados y se sonrió a sí mismo.

-¡La Revolución –gritó- se ha concretado y propongo que ha llegado el momento de pasar de un sistema de “gobiernos de caudillos” a un más franco “régimen de instituciones”!

En este punto, Morrow volteó a ver a MacNab y le guiñó el ojo. Comenzó a aplaudir. Vino un aplauso masivo debido al efecto de reacción en cadena llamado “haz lo que hacen los que te rodean, aunque no sepas por qué”.

-¡Declaro ahora –siguió Plutarco Elías Calles- con toda claridad y solemnidad que no buscaré la prolongación de mi mandato aceptando una prórroga o una designación como presidente provisional, ni como presidente para el próximo periodo, ni en ninguna otra ocasión! 

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