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GUERRA DE CRISTO

-Esta le va a gustar más, General: Cincuenta mil personas reciben en la Ciudad de México al Presidente Electo, general Álvaro Obregón, a su regreso desde su natal Sonora. La paz con la Iglesia Católica ha sido negada. Mexicanos arrestan a cincuenta católicos. Matan a 40 mexicanos del movimiento religioso rebelde “Cristiada” en las montañas de Michoacán.

 

-Amaro es un asesino –le sonrió el general Obregón al gobernador Rodríguez-. Lo único más feo que la cara del indio Amaro es su alma.   

El gobernador se puso serio y comenzó a temblarle la voz:

-No todo es bueno, General. “Rebeldes Cristeros cuelgan a tres soldados en México. Empleados de diputado federal anticatólico ligado a Obregón y a Plutarco Calles fueron capturados por Cristeros en un tren y colgados.” 

 

 

 

A menos de una cuadra de distancia, en la portentosa mansión de la bella y rica heredera y mecenas Antonieta Rivas Mercado –hija del creador del Ángel de la Independencia-, la delicada mujer estaba nerviosa.

Sabía que ese día la presencia de soldados y policías en las calles se había quintuplicado. Escuchó las sirenas.

Subió del sótano una de sus mucamas y le dijo:

-Señora Antonieta, ¿qué vamos a hacer si entran? ¿Qué vamos a hacer si revisan la casa?

Antonieta miró en todas direcciones, especialmente hacia la enorme puerta y hacia los largos ventanales de cristalería. Le acarició la mejilla a la muchacha y le dijo:

-No te preocupes. Toda esta pesadilla tiene que terminar algún día.

Debajo, en los sótanos de la mansión se miraron preocupadas una docena de familias que se habían refugiado ahí desde el inicio de la persecución del gobierno mexicano “revolucionario” contra la Iglesia Católica.

Entre los refugiados había un sacerdote y varios emisarios secretos de la rebelión llamada “Cristiada”.

Los jóvenes cristeros se levantaron y comenzaron a gritar nuevamente “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey!”

-¡Chamacos! –les gritó Gorostieta y miró a sus lados a los dos jóvenes sacerdotes que lo flanqueaban-: ¡Con el permiso de los padres Aristeo Pedroza y Reyes Vega, que son la verdadera alma, corazón y cerebro de este gran movimiento que es la Cristiada, les informo aquí que lo que muchos de ustedes les han pedido a ellos, a los obispos, y también a mí, lo vamos a respaldar con toda la fuerza militar y social de nuestro movimiento, pues es acorde con nuestra lucha por la libertad de todos y con todos nuestros sueños: vamos a respaldar al licenciado José Vasconcelos si en las muy próximas elecciones el pueblo de México vota por él y el gobierno revolucionario de los carniceros le niega el triunfo!

Los chicos alrededor del lago comenzaron a gritar, azotando sus troncos: “¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!”

El verdadero Plutarco tomó a Saturnino Cedillo por en cuello y le gritó:

-¿¡Cómo diablos dejaste que estos cristianos fanáticos te destrozaran un cuerpo de nueve mil hombres!?

El “Sapo Aplastado” miró hacia abajo y tragó saliva.

-Mi General, los cristeros están extremadamente organizados. Gorostieta tiene una capacidad que no existe en nuestro ejército. Su peor arma es el Padre Vega.

-¿El Padre Vega…? ¿Un padrecito?

-Mi General, las tácticas del Padre Vega hacen completamente impenetrable una ciudad. Tiene dos chicas que organizan a la población.

Calles lo soltó y miró hacia la oscura pared.

-Fanáticos… -susurró sonriendo y mordió una uva- ¿Por qué diablos no han dejado las armas? –y le gritó a Cedillo-: ¡¿Por qué diablos los malditos obispos no les han dado ya la orden del Papa?! ¡Que se rindan y que nos entreguen ya sus chingadas armas! –y lo señaló-: ¡Hazlo! ¡Que los obispos difundan la orden! ¡Hazlo!

-General: la Cristiada acaba de apoderarse de todo el oeste, desde Coalcomán, Michoacán, hasta Durango. Su tercer regimiento está fabricando bombas incendiarias de alto poder para todo el país. Todo el oeste ya está en armas. Tal vez no acaten la orden y en ese caso, mi General, no tenemos el poder militar para evitar que triunfen en esta guerra. Si mañana las elecciones son ultrajadas, los cristeros van a imponer la victoria de José Vasconcelos por la fuerza y terminará el Régimen Revolucionario.

Plutarco lo miró con ojos húmedos y le dijo:

-Si el problema son el padrecito Vega y dos jovencitas, ¿por qué demonios no lo has resuelto? -y le gritó-: ¡Resuélvelo! ¡Acribilla a ese padrecito y trame vivas y encadenadas a esas dos mocosas! ¡Trámelas vivas a la Capilla Ardiente! 

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